martes, 18 de diciembre de 2012

Capítulo XIII


Súbito – Inherte

            En un instante ves pasar tu vida pasando por detrás de la retina. Es un instante de muerte. No es que necesites superar o que no hayas superado algo del pasado, es que todo pasado está envuelto de nostalgia, como deseo insatisfecho, como enunciado posmoderno. Por momentos pensás en inmolarte, quedar inherte ahí. A la espera, sin dar el brazo a torcer, sin modificar tu conducta porque sos fiel a eso que sos. Quizás eso que seas no sea lo mejor, ni siquiera se asemeje a lo bueno, pero es lo que sos.
            Después de años de vivir pidiendo perdón, después del enunciado mortífero que su boca soltó, comprendés que hubo algo en él que te sirvió: “Con el perdón no hago nada”.  Quizás sea esa la razón por la cual hoy me encontraba viéndolo, inconsciente o premeditadamente. No son momentos de pedir perdón, son momentos de agradecer. Si tan sólo él pudiese saber que aquella vez que me liberó de él, también me libero de toda la vida, de toda mi vida pasada. De todo perdón enunciado, de todo sentimiento de culpa mal usado.
            Y aunque siempre anhelamos a la inalcanzable, imposible e histérica –y estoy hablando de La Libertad-, no sabemos muy bien que hacer con ella. Cuando de pronto comprendemos, que la tenemos en las manos, no queremos otra cosa más que arrojarla lo más lejos posible, para iniciar de nuevo esa búsqueda. ¿Será que acaso estamos destinados a anhelarla con tantas fuerzas que cuando la tenemos, ya no la queremos? ¿Seremos realmente como ella, histéricos? ¿O es que acaso, no la queremos, simplemente la queremos porque es lo que se debe querer? Quizás la libertad es eso que nos lleva a morir, a sentirnos muertos, por el simple hecho de que al tenerla, ya no existe esa fuerza que nos moviliza a buscarla.
            Así me sentía yo, muerto. Prefería quedarme atado, esclavizado a su perfume por la mañana cuando partía para su trabajo, a mis zapatos al lado de los suyos, a mi mano junto a su mano. Hay algo de esa rutina, que tanto arruina, que no quería perder. No sé cómo fue que paso, pero encontré la libertad con él. Y no quiero tampoco ponerlo en el lugar del héroe de esta historia. No son tiempos para escribir historias sobre héroes, ni villanos. Son tiempos de escribir las cosas que muchas veces no se pueden decir. Como cuando, antes de partir, no pude decir Gracias. Tampoco las lágrimas lo dejaban. Pero había algo en ese instante súbito, que me dejó posicionado de tal manera que las palabras eran incomunicables. No había nada que yo pudiese decir para expresar lo que sentía. Era como si me regalasen la vida, y a la vez me dijeran las cosas malas que tenía vivir. Era una decisión difícil, con la única diferencia que en esta oportunidad yo no podía elegir, porque fui arrojado a la tan anhelada libertad.

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