martes, 18 de diciembre de 2012

Capítulo XII


Del ser al no ser – Frío en la piel

            Todo hubiese sido más fácil si mi boca hubiese roto en una especie de agonía. Pronunciar un nombre, más que un nombre, diría Su-Nombre. Me disloqué en el camino a casa, mientras pensaba que existen pájaros y flores, que después de todo esa sensación pre-infarto, el pecho oprimido, el corazón palpitando, la imagen borrosa era sólo consecuencia del frío. Aunque la piel ajada de mi mano, era la que sentía el inescrupuloso frío que me acompañaba en aquella caminata nocturna hacia mi cálida casa.
            Llega un momento en la noche en que un piano es el refugio más ameno para sufrir. No es que me encante el drama –aunque de hecho es que si me encanta- pero más allá de aquella fascinación por lo gris, hay algo que es inherente al ser, una predisposición filogenética a la melancolía. El anhelo de lo viejo, anhelo gris y siempre reinventado, re-editado, descompuesto y vuelto a componer. Esa especie de creencia irrefrenable de que todo pasado fue mejor, y que en ese pasado se fue realizado. Una creencia absurda, porque en aquél pasado añorábamos otro pasado. Es la explicación que leí no hace mucho tiempo en unos escrito de un viejo vienés.
            En aquél momento no lograba comprender a que se refería. El alemán no es de las lenguas anglosajonas que más me agrada, aunque algunos fonemas suenan bastante violentas para la garganta, que dan ganas de gritarlas mientras agitas la mano, quejándote de que “Todo pasado, fue siempre mejor”.
            No agrada mucho al escritor de caer en los clichés, pero claro está que en mi cabeza suena un blues, mientras camino helado y de manera cíclica la misma manzana, una y otra vez. Como si fuese que este camino, este trecho tendría algo que decirme. La calle se encuentra desolada, aún no amanece, aunque el aire comienza a sentirse más puro. Y yo sigo dando vueltas intentando encontrarle algún sentido al enunciado, al no poder decir tu nombre.
            Levante la mirada un segundo, y te ví. Calle Montevideo. Y lo comprendí todo. Ahí estabas. Volviendo de quién sabe qué lugar. Comprendí como en un epifánico momento de gracia. Que todo lo que había hecho había sido en vano. Todo recorrido subjetivo, se había vuelto en la peor de las traiciones. Mis pies me dirigieron, en esa dislocación del recorrido hasta tu edificio. Entendí que esta vez, esta vez… no iba a comprender nada.
            Atónito me miraste. Y en esa especie de micro-fracción de tiempo, en ese microsegundo, entendimos nuestra miserable existencia. Al menos, yo había entendido la mía. No alcanzaba con saberte libre y solo deambulando por las calles de esta ciudad. Necesita comprobar que eras feliz sin mí. Ahí estabas, irradiando alcohol por los poros, casi contento de volverte a casa después de una larga noche. Yo intentaba moverme hacia alguna dirección. Quede estacado a aquella vereda por unos minutos más. Contemplando lo que el cosmos había ordenado para mí.

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