martes, 18 de diciembre de 2012

Capítulo XIV


Desde mí – Ser libre de para poder volver

Pero está claro, que no era lo que en verdad quería. No sabía en aquél momento qué es lo que realmente quería, pero sabía que no quería libertad, y tampoco quería atarme a él. Hubiese querido en aquél momento dejar de pensar, pero sabía que esa opción no estaba dentro de las posibilidad lógicas que me atañen. A veces, y no es que me esté quejando, resulta un inconveniente pensar las cosas, tampoco es que desee ser otra cosa que no soy. De alguna manera me quejo, pero me justifico de esto que soy, porque otra no me queda. También pienso que está bien que otra no quede, no lo digo como alguien que está resignado, sino más bien lo digo desde un lugar en el que no sé lo que estoy diciendo, pero algo estoy intentando decir. Todo es confuso en algún punto.
Él me vió, se sonrió me saludo con un gesto y se desvaneció en aquél edificio. Yo quedé sorprendido. En un momento pensé en correr a golpear la puerta antes de que subas al ascensor que te llevaría hasta tu locación. Después comprendí que era innecesario, que las cosas la tenía que terminar de resolver yo, más que nunca, desde mí. Me habías dado eso que tantos quieren tener, y yo estaba ahí sin saber muy bien que hacer.
Regresé, tranquilo, hasta mi casa intentando pensar que iba a hacer con Ella. No lograba figurármelo. Me senté en la vereda esperando para ver amanecer –metafóricamente hablando, ya que la cuadra esta llena de edificios que me impiden ver el amanecer-. La madrugada estaba lo suficientemente tranquila, como para que yo, decidiese que era lo que quería hacer. Por primera vez dejaba de pensar en el pasado, y comenzaba a ver hacia adelante.
Un gato saltaba los techos, lo miré, lo llamé. Se paralizó, no estaba seguro si yo iba a ser una buena compañía aquella noche. Estaba lo suficientemente afectado como para estar acompañado, aunque pareciese que un momento lo dudo. Parecía que por un instante se iba a acercar, se iba a posar sobre mis piernas, e iba a ronronear. Después me dí cuenta que eso fue lo que quise creer. Me miro, se mostró lo suficiente como para que lo admire, y se metió en uno de los balcones.
Comprendí que la libertad no era lo que quería, tanto como aquél ser peludo. Yo simplemente quería poder ser libre de volver a algún lugar que me sea propio, dónde me estén esperando, donde me puedan rascar el lomo y quedarme así dormido. No pedía mucho más que eso. Lloré porque lo comprendí, y luego empecé a reír como nunca había reído. Reí libremente, porque estaba liberado y yo quería atarme.
Como en un estado de gracia decidí irme a dormir. Ya había amanecido, los porteros baldeaban las veredas, el aire puro de la mañana era bellísimo, pero yo quería descansar. Había sido una noche en la cual todo había sido lo suficientemente intenso, confuso y a la vez esclarecedor como para seguir despierto. Era hora de ausentarme por un momento.

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