Del ser snob – Recordar todo, menos el nombre
Juan
me contó sobre rutinas de trabajo, problemas en la oficina, vida que se le iba
de las manos. Habló sobre complejos, sobre miedos, sobre incertidumbres a
futuro. Comentó la historia que había vivido el último fin de semana. Conoció a
alguien.
Todos
corren con la suerte de ser seres sociales, de encuentros y nuevos vínculos. Yo
sólo tengo esto, mis manos y la lapicera con la que te escribo. La secuencia de
letras que intentan decirte algo que aún no pueden alcanzar. Sólo tengo esto, y
espero que con esto alcance.
Resultó
ser que Juan conoció a Cata, una estudiante de bellas artes, demasiado flaca,
demasiado adicta al tabaco. De cabello hasta los hombros, enrulados, castaño
claro. Rasgos afilados, de poco pecho –cosa que acordamos innecesaria a esta
altura de nuestra vida-. Un poco “snob” según sus palabras. Esto nos llevó
prácticamente una hora de definiciones sin sentidos sobre dicho término.
Acordamos que dice “snob” sólo en alusión a que era lectora ávida de Rayuela.
Era una Maga posmoderna, no compartí la conceptualización, pero la acepté, la
comprendí.
Me
comentó sobre la belleza de Cata, cosa que pocas veces puedo comprender. Hablo
de su cuerpo y de sus atributos, de sus besos y de la manera en la que baila.
Hay cosas en las que no tengo idea, el baile es una de ella, así que
simplemente fui oyente de la historia que me contaba, sin omitir ningún tipo de
palabra. Juan por su lado llevaba puesta una remera que le había regalado. Una
de esas cosas que hago en mis tardes de ocio, pintada a mano temblorosa –la mía
que es más rígida para escribir-. Eso me llevó a recordar aquella tarde de
llanto frente a un libro prestado, del cual lo único que recuerdo es lo
destrozado que me había dejado. Traté por un tiempo recordar el por qué de mi
emoción. Recordaba algunos pasajes, algunas imágenes. Recordaba que era un
historia de amor con demasiados desencuentros. Recordaba el papel en el que
estaba escrito, y la tipografía que había utilizado. Recuerdo alguno de los dibujos
que tenía. Pero no lograba alcanzar el título de la novela. Llegaban a mi mente
una no tan extensa lista de libros, entre ellos “Mientras Inglaterra duerme”,
pero estaba seguro que ninguno de los de esas listas era el correcto. Ahogado
en pensamiento, y cansado de esfuerzo mental mis ojos se posaron en una de las
paredes, mientras por mis oídos seguía llegando el sonido de aquellas cuerdas.
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