Juan está bien, yo estoy mal
– Ayuda que nunca va a llegar.
Salí a la calle,
pensé dos segundos en cosas sin importancias. Nunca entendí muy bien la calle,
digamos que si bien no me crié en una burbuja de cristal, la noche fresca y la
vereda tiene ese misterio que uno no sabe cómo resolver. Aunque te hayas criado
en la calle, a mi que no me vengan a mentir, aunque convengamos que tampoco
pienso ponerme en contra de cosas que desconozco. Volviendo, ese misterio que
me atrapó unas cuadras camino al bar. Quizás el lugar poco importa, pero era
lindo. Tenía un aire de primer mundo suburbano –aunque la metáfora suene muy
paradójica-, pedí una cerveza y esperé. Un chico rasgaba su guitarra, y cantaba
con voz desahuciada, melodramática. Temí por su salud y la mía, comprendí
después que quizás es sólo una performance. Era el dolor expresado de la
guitarra que hablaba, y no la de la voz. Lo imagine, como siempre tiendo a
hacer con las cosas que me llaman la atención, feliz en una casa en el
conurbano de la ciudad, feliz con patio y un perro. Me contenté por unos
instantes.
Juan había llegado
al bar, y me miraba atónito a la distancia. Quizás mi rostro dibujaba la bella
historia del ser-guitarra que esa noche musicalizaba el encuentro. Cuando volví
a la realidad, mera impureza despiadada que se torna conflictiva, Juan me
sonrió y se fue acercando. Nos saludamos, y no dudo –ni dos segundos- en
decirme.
-Dejá de soñar de una vez, en qué mundo estás
ahora?- En un tono irónico e inquisidor.
Me sonreí con la mirada ida, fijada en las
cuerdas de la guitarra que temblaban.-No pensaba en nada, como siempre- O como
nunca me dije para mis adentros. Rió con cara de complicidad hacia un ser no
existente. Dejé pasar ese hecho, siempre discutimos por lo mismo, con quién
creas comicidad si no hay nadie alrededor.
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