Anotarlo todo – Nunca olvidar
Jueves 23 de Julio.
Temperatura: 4º.
Sensación Térmica:
0º.
Humedad 82%.
Quizás sea el
marrón de los árboles deshojados, la blancura de la nieve, o el frío en los
huesos, los que me hacen pensarme hoy más que nunca solo. Ser sólo después de
todo no tiene nada malo, viviré libre, viajaré cuando quiera, conoceré lugares
distintos, podría incluso vivir en distintas ciudades. Construir historias,
conocer personajes, para después perderme. Para que cuando llegué mi muerte,
todos aquellos que me conocieron, estén juntos contando anécdotas sobre mi
persona. Para que entre lágrima y llanto, se encuentren distintas culturas,
unidas todas frente a mi ataúd.
Hace varios días
que estoy encerrado en mi habitación, mañana parto hacia Madrid. Argentina ya
me cansó, esto del asado, de la política, de la cultura, del tango. Me tiene
harto. Me marcho para olvidar, olvidar todo aquello que alguna vez viví. Me
marcho para contar después historias del otro lado del mundo. Me marcho para
conocer, para crecer, para perdurar en la memoria de alguien como anecdótico
personaje desconocido.
Me marcho porque
los bares ya no son divertidos, porque no quiero morirme sin conocer distintos
lugares. Me marcho porque quiero marcharme, porque no tengo nada que perder, y
porque tampoco tengo razones para quedarme. Por eso me marcho. Es julio, hace
frío, no sirvo para los climas de este tipo de estación. No sirvo siendo solo.
El frío me deprime estando sólo. Son largos los inviernos que pase en soledad,
uno más dudo poder soportar. Por eso marcho.
Buenos Aires no
tiene nada de atractivo, la 9 de julio tan amplia me deprime, tan atestada de
autos, de metales, la estructura más fálica del planeta. La muerte misma, y la
falta que me persiguen hasta en el espejo empañado del baño de esta habitación
de cuarta.
Quizás para cuando
me vaya, ya no habrá nada que contar. Sólo ausencia que nunca será sentida como
tal. Sólo desvanecimiento de la figura corporal. Sólo pensamiento que flotando
en el aire, que acurrucado detrás de un oído sonará como vivo eco. Eco del amor
que las palomas, acurrucadas en los árboles de los bosques de Palermo, se
brindan.
Y yo en mi eterna
soledad parto. Parto para encontrarme con nuevas calles, nuevas voces, nuevas
historias y nuevas personas. No sé por qué me marcho ya, pero se que tengo
pasaje en mano.
Eso fue lo que
alcancé a leer aquella noche. Con el cuaderno en el pecho, caí en un profundo
sueño. Recuerdo haber llorado mientras leía, o quizás sólo sucedió en el sueño.
Las bocinas me levantaron a las 9 de la mañana, por las rendijas de la persiana
el sol se hacia presente. Los ojos con lagañas, el pelo alborotado, la taza de
té en el piso al lado del sillón. Todo había sido lo suficientemente confuso,
como para entender algo de aquél sueño. Dije que lo anotaría, pero como
siempre, llegué al baño, me cepillé los dientes. Y mientras mentalmente trataba
de armar la narración onírica, el teléfono sonó. Era Juan, que quería
preguntarme si quería ir a desayunar. Contesté que no. Me dijo que tenía que
actualizarme sobre un par de acontecimientos, mentí, como siempre para no salir
de casa. Le dije que después hablábamos. Y cuando regresé para tomar mi
cuaderno azul-violáceo ya no recordaba ni qué tenía que hacer.
Cuando anude el
recuerdo de la acción por hacer. Ya no sabía que escribir, todo era tan
hermosamente confuso, que sólo me conforme con mirar por la ventana, sentado ya
en mi cama. La ciudad empezaba a ponerse ruidosa, y yo que la contemplaba como
enajenado.
Jugué todo el día a
probarme ropa, a dibujar un par de cosas sin sentidos. Y a pensar en el pobre
de Juan que me había dicho que quería hablar. Tomé el teléfono, marqué su
número, y lo cité en un bar a las 21hs. Me dedique la tarde entera a juguetear
con la ropa.
me gusta. me gusta. :)
ResponderEliminar"Jugué todo el día a probarme ropa, a dibujar un par de cosas sin sentidos".
Es tiempo dedicado a uno mismo. Cuenta!