¿Tendrá algo que esconder? –
El mundo de las medias naranjas
A esta altura, ya estaba en casa, en el sillón
de cuero marrón, con capitones, un poco resbaladizo, con una manta tejida, que
tiene mil historias por contar. Esos recuerdos, esos objetos, que uno arrastra
hasta quién sabe que tiempos. Como los cuadernos que en la estantería del
living se encuentran juntando polvo, con historias viejas, aún más viejas que
ésta.
Virutas de vapor
despedía mi taza de té, mi corazón paralizado, sin poder parpadear, sólo el
tic-tac del reloj. En la mesa, un cuaderno que reposa tranquilo. Pienso que
momentos así, sólo se viven en las primeras citas. Esa torpeza tan actualizada,
tan tosca de los primeros encuentros. Ese nerviosismo, el patetismo de las
primeras impresiones, que pronto se verá envuelto de risas como un recuerdo. La
torpeza de comer una empanada con tenedor y cuchillo, son esos momentos los que
nunca se olvidan, los nervios y el stress de la situación te llevan a hacer
cosas nuevas, que jamás se te hubiesen ocurrido. Tales como la anteriormente
nombrada, hay miles de ejemplos más. Comer un bocado de lo que fuese, y
limpiarse sintomática, obsesiva y compulsivamente. Qué bellos recuerdos esos de
las primeras citas. Uno tan sublimadamente correcto, no sea cosa de que la media naranja que esta
sentada del otro lado de la mesa, no quiero unirse a vos, porque comes la
empanada con cubiertos. Suena tan paradójico, que empiezo a reír sentado en el
sillón capitonado de cuero marrón. Río tanto que olvido que es de noche, que
los vecinos son molestos, y que los techos son altos. Tan altos, que horas
después se siguen escuchando los ecos de la risa. Es un lindo ejercicio antes
de dormir. Recordar algo lindo, algo humorístico, o cómico, reír y después
dormir, para levantarse con risas aladas que cuelgan de los techos.
De repente,
silencio abrumador, mirada fija en el objetivo. Mi cerebro mandaba impulsos
nerviosos a mis músculos, y mi mente decía “No, no corresponde, no es tuyo, no
sirve, no es así, eso es personal. Pensalo de manera opuesta. No querrías que
alguien lea tus cuadernos si los encontrase en la calle. No.”
Pero ya era tarde,
cuaderno en mano, Rivadavia. Hoja de presentación. Anónimo. Nada, vacío,
blanco. El anonimato siempre es bueno, recordé, en un intento de arrepentirme
por haber nombrado cada cuaderno mío. Bueno, es hora de leerlo, ya lo abriste,
no tiene dueño, quizás nunca haya reclamo.
Ahora que lo veo en
retrospectiva, quizás nunca debí leerlo. Pero eso era arrepentirse, era tiempo
pasado, era causa y tuvo sus consecuencias. El tiempo siempre será tic-tac y
nunca tac-tic. Es tiempo de seguir. Aunque lo vuelva admitir, leerlo
implicaría, y pondría en juego aún más de aquello que estaba dispuesto a
encontrar en aquellas páginas de aquél cuaderno encontrado por calle Rioja.
Fantastico :3
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