martes, 8 de mayo de 2012

Capitulo VII


¿Tendrá algo que esconder? – El mundo de las medias naranjas

 A esta altura, ya estaba en casa, en el sillón de cuero marrón, con capitones, un poco resbaladizo, con una manta tejida, que tiene mil historias por contar. Esos recuerdos, esos objetos, que uno arrastra hasta quién sabe que tiempos. Como los cuadernos que en la estantería del living se encuentran juntando polvo, con historias viejas, aún más viejas que ésta.
Virutas de vapor despedía mi taza de té, mi corazón paralizado, sin poder parpadear, sólo el tic-tac del reloj. En la mesa, un cuaderno que reposa tranquilo. Pienso que momentos así, sólo se viven en las primeras citas. Esa torpeza tan actualizada, tan tosca de los primeros encuentros. Ese nerviosismo, el patetismo de las primeras impresiones, que pronto se verá envuelto de risas como un recuerdo. La torpeza de comer una empanada con tenedor y cuchillo, son esos momentos los que nunca se olvidan, los nervios y el stress de la situación te llevan a hacer cosas nuevas, que jamás se te hubiesen ocurrido. Tales como la anteriormente nombrada, hay miles de ejemplos más. Comer un bocado de lo que fuese, y limpiarse sintomática, obsesiva y compulsivamente. Qué bellos recuerdos esos de las primeras citas. Uno tan sublimadamente correcto,  no sea cosa de que la media naranja que esta sentada del otro lado de la mesa, no quiero unirse a vos, porque comes la empanada con cubiertos. Suena tan paradójico, que empiezo a reír sentado en el sillón capitonado de cuero marrón. Río tanto que olvido que es de noche, que los vecinos son molestos, y que los techos son altos. Tan altos, que horas después se siguen escuchando los ecos de la risa. Es un lindo ejercicio antes de dormir. Recordar algo lindo, algo humorístico, o cómico, reír y después dormir, para levantarse con risas aladas que cuelgan de los techos.
De repente, silencio abrumador, mirada fija en el objetivo. Mi cerebro mandaba impulsos nerviosos a mis músculos, y mi mente decía “No, no corresponde, no es tuyo, no sirve, no es así, eso es personal. Pensalo de manera opuesta. No querrías que alguien lea tus cuadernos si los encontrase en la calle. No.”
Pero ya era tarde, cuaderno en mano, Rivadavia. Hoja de presentación. Anónimo. Nada, vacío, blanco. El anonimato siempre es bueno, recordé, en un intento de arrepentirme por haber nombrado cada cuaderno mío. Bueno, es hora de leerlo, ya lo abriste, no tiene dueño, quizás nunca haya reclamo.
Ahora que lo veo en retrospectiva, quizás nunca debí leerlo. Pero eso era arrepentirse, era tiempo pasado, era causa y tuvo sus consecuencias. El tiempo siempre será tic-tac y nunca tac-tic. Es tiempo de seguir. Aunque lo vuelva admitir, leerlo implicaría, y pondría en juego aún más de aquello que estaba dispuesto a encontrar en aquellas páginas de aquél cuaderno encontrado por calle Rioja.

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