Cambia, todo cambia – Hojas
que vienen y van
Entre tanta rutina,
entre tanta muerte y tanta lágrima. Ya llegará aquél día en que te encuentre
por primera vez. Te conozca, y sepa eternamente que seré tuyo para siempre.
Aunque quizás esta vez, la eternidad duré más que un instante.
Caminaba, sólo para
recordarme que no estoy solo. Que somos solos en un mundo de muchos. Que las
caras largas, y que las faldas cortas, son una moda y nada más. Que los
maletines están llenos de papeles y vacíos de sueños. Atascados en las manos de
extraños que se dirigen de acá para allá, sin sentido, sólo acto reflejo,
eterno y sintomático. Y en mi mano este cuaderno que de a poco se tiñe de un
azul violáceo, de manchas en los márgenes, de bordes de tapas doblados, de
sueños e historias materializadas sin sentido.
Me detuve tan sólo
un instante. Respiré el aire de la ciudad, respiré como quién da su última
bocanada antes de partir. Respiré para darme cuenta que estaba vivo, y que
había pasado por alto un acto distinto del rutinario. Pasó un maletín aferrado
a la mano de un extraño, y tosió en la vorágine del tumulto, tosió lo
suficientemente fuerte como para despertarme de la rutina, como para traerme a
la vida, para volver a respirar. Dejó caer al suelo de calle Rioja –y a esta
altura la altura deja de tener relevancia- una especie de cuaderno. Era rojo,
forrado con papel araña, las puntas de las tapas dobladas en sus vértices. Lo
tomé con mis manos y miré a mi alrededor, nunca en la vida me sentí tan dueño
de un tesoro tan magnífico, miré para encontrar el dueño, el dueño de aquello
que parecía ser, un cuaderno, igual al mío, pero en otro color, con los mismos
vicios, y las puntas dobladas. No había nadie en la calle. Todos se habían ido
como las hojas en otoño.
Ante el estupor de
semejante tesoro encontrado por calle Rioja, caminé con este nuevo tesoro por
encima del mío. A la vista de todos, para que si mi alma gemela lo viese, se
acercara a reclamarlo. Esperaba el encuentro, te esperaba más que nunca, y más
que a nadie. Te esperaba mientras caminaba, casi como un acto reflejo. Caminaba
esperándote, esperando que me alcances. Pero eso nunca sucedió y llegué a mi
departamento. Ingresé con el tesoro en las manos.
Tiré las llaves al
centro de mesa, estilo cuenco de vitrofusión. Me preparé un té, prendí el
velador del living. Dejé el cuaderno por un instante sobre la mesa, mientras
volvía mi mirada cada dos por tres, para asegurarme que esta vez no se iría a
ningún lado. Me desvestí, me puse ropa suelta, me dejé las medias, busqué mi té
y me tiré en el sillón con una pregunta me llevaría un par de horas responderla.
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