Todos nos queremos enamorar –
Soy tan tuyo como de nadie
Quizás hubiese
esperado a “Quien fuera que seas”. Hubiese esperado pero no pude esperar.
Porque esperar implica seguir en la misma posición de poco sujeto, exactamente
igual que ahora. De pronto morir no se vuelve tan temeroso, reflexionando te
das cuenta que morir no es más que una acción pasada, porque vivo no estás.
Estás esperando encontrar el sentido de algo que no tenes, esperando encontrar
el sentido de la vida, frente a un río, bajo un árbol, solo. Esperas encontrar
“Cada una de tus cosas”, que ya no existen, porque tu ser está perdido.
Y lloras, por
llorar, porque hasta eso se volvió un acto reflejo, de muerte. Una rutina. Lo
lloras todo, frente al río, te unís, te camuflas. Te empequeñeces frente a la
inmensidad del cielo, y al costado del río. Las personas se detienen, la
conciencia se queda muda, y sólo lloras. Pequeños espasmos de vida, vida que no
tenes se vuelve a ir. Y las lágrimas se tiran por el tobogán de tus mejillas.
Se pierden en la caída libre desde tu rostro hasta el verde. El verde del pasto
que en verano se vuelve amarillo, el pasto que alberga debajo de si a las
hormigas, y las hormigas que juntas viven. Y vos, que no sos hormiga, lloras
solo frente al río.
Creerías que la
vida no puede ser tan trágica, hasta que al día siguiente te encontras haciendo
lo mismo. Hubiese preferido quedarme al lado de aquél que una vez me juro que
la eternidad es corta, pero el preferir no era más que un deseo. Un deseo no
compartido, un deseo que se compartió, que recibió invitación al té de las 6
del amor, pero que estando allí se le denegó el té, se le negó lo social y se
le quito la tarjeta de invitación. Y quedaste sentado afuera, en la vereda, en
el cordón de la calle, mirando hacia atrás mientras otros disfrutan del té. Tan
suyo como de nadie, nunca fui. Porque nunca fui más mío que esa tarde. Mío como
ausencia, como falta, como muerte misma.
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