domingo, 15 de abril de 2012

Capitulo IV

Qué poco rato dura la eternidad – Para siempre era mucho pedir

Me dispuse a escuchar música, la idea de que nada es para siempre, me perseguía, mientras yo me aferraba convencido a que ellos, que se juraron amor en este parque, vivirían para siempre. A veces me suceden estas cosas, aferrarme a ideas que yo mismo a veces ni las creo, pero que me obligo a creerlas, para no entregarme a esta nueva era de las relaciones efímeras. Para no perder lo poco que de mi conozco, lo poco de sujeto que me queda. Entonces trato de agarrarme, con alfileres de gancho –como solía hacer mi abuela con algunas prendas- a ideas y pensamientos que, a pesar de saberlos refutables, prefiero creerlos como verdaderos y universales, cómo en las épocas anteriores a las mías, donde las bandas cantaban sobre amores en tabernas londinenses, sobre submarinos de colores, sobre enviar cartas de amor.
Creía que lo efímero a veces se volvía un concepto perro, de esos que se te pegan a los brazos, como tatuaje, como clavel del aire, que infesta al pobre árbol. Pensaba en eso, mientras escuchaba canciones, pensaba y escuchaba. El oído esconde un secreto que nadie más oyó, la madrugada aquella, la brisa de verano, el borde del río, la misma escena que vivo ahora, pero más de un año atrás. Un año. -¡Qué poco rato dura la eternidad!- me decía mientras peinaba mi cabello. Reía al compás del agua paranaense, y mientras me peinaba a su “piacere” escribía con su lengua esa frase. Juramos, conjugamos verbos en primera persona del plural, planeamos viajes, dibujamos paisajes. Todo en vano, estar siempre así era demasiado pedir.
“Te miro y pienso, te miro y me digo: “quien quiera que seas, ¿de dónde has salido?”. Lo quiero todo, y tengo muy claro que no, te voy a entender, más que en parte. Me importa mucho más verte vibrar, así, que descifrarte. Te veo y quiero, que tu me veas, quien quiera que seas, quien quiera que seas. Tan poco tuyo que ahora soy yo y nunca fui tan de nadie...” Estoy tarareando mentalmente esta canción, y recordaba, como epifánico flashback, una frase al pie de algún texto, que ya ni recuerdo el autor. “Estar enamorados para siempre… pero “para siempre” era mucho pedir.” Como sacado de alguna agenda, de algún año. Aquellos años en los que me dedicaba a escribir en agendas, en vez de cuadernos, donde no me sentaba en cafés, ni miraba la gente pasar, años en los que tu encuentro era algo imposible de concretar.

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