lunes, 9 de abril de 2012

Capítulo III

Dos en uno – Clorofila testigo de un amor

Entre griterío acuático, y humo de alquitrán, los vi a ellos. La edad ahora es poco relevante, pero podría decirse que ellos vieron pasar un par de bandas que me hubiesen gustado conocer, en su momento de mayor auge –aunque sabemos muy bien que algunas de esas mismas bandas se perpetuaron en el tiempo-. También vivieron, admitiría a decir juntos, una época en la cual Argentina, no era un lugar seguro donde vivir, quizás la necesidad de la misma republica que quería ser primer mundista. Entre persecuciones y torturas, una época oscura. Volviendo mis ojos y mis pensamientos hacia ellos, los vi caminando de la mano por los senderos –urbanos- del parque. Me pareció que merecían ser nombrados, y que seguramente era una historia más para contar.
Trate de imaginármelos apretados de pasión cuando jóvenes, aunque la idea me parecía lo suficientemente inaceptable, me dí cuenta que lo utópico para el imaginario social, tiende a ser lo que más me gusta. Así, los pensé escondidos, luchando por ideales, exiliados quizás por un tiempo, perdidos entre sus pasiones políticas y carnales. Los imagine siempre juntos, siempre uno al lado del otro, argumentándose los “por qué” de las cosas. Quizás hasta un tanto filosóficos. Los veo ahora discutiendo sobre mejor país de escape. Uruguay parecía seguro para él, ella prefería irse más lejos, algo que no le recuerde el suelo argentino por un rato, querría quizás ver un paisaje más grotesco, menos rico –no de oro-, más golpeado, más devastado, sólo para sentirse mejor, para poder ayudar. La imagine enfermera en alguna ciudad africana, siempre sonriendo para los nativos de allí, ayudando a combatir la malaria, o quizás simplemente dedicándose a construir techos. Convengamos que mi imaginación –y no por retrogrado, quizás por prejuicio- los nativos de África sean reacios a la medicina occidental, cada tribu tiene su chamán, y sólo él los puede curar. Imagino áfrica recibiéndola a Luisa, ella llena de medicina y conocimiento occidental, haciéndole, a pesar de todo, un lugar en sus tribus. Cómo integrándola a esa comunidad, mientras él intentaba de alguna manera desesperada comunicarse con esta asquerosa argentina oscura. Atento siempre a las nuevas, los movimientos que acá se hacían, los caídos, los apresados, los torturados… en fin, recordando a los amigos.
De pronto, los vi ya en Europa, viajando preocupados por los trenes, mirando árboles en los helados paisajes de una Londres que no perdona, la llovizna constante, la temperatura baja. Después me dí cuenta que era más un deseo de verlos así, y que quizás son simples mortales que se juraron amor bajo un árbol de la ciudad, no mucho tiempo atrás, quizás 10 años, en una argentina que intentaba salir de las tinieblas –termino espantoso y bastardeado si que lo hay-, ella viuda, y él enviudado hace ya tiempo atrás. Los imaginé conocerse en un bingo, o en un bar de esos que tienen olor a cien años.
Después me incliné por esta segunda historia, él vestido con un pantalón color manteca, una camisa celeste y un chaleco bordo. La boina muy bien puesta, y los anteojos de marcos oscuros que imitan dos cuadros para los ojos castaños que posee. Tomándola de la mano, y caminando juntos –al igual que yo hace minutos antes- hacia el parque. Ella en su elegancia matutina, con una falda alta, quizás gris a tablas, una modesta blusa blanca, su collar de perlas pequeñas, y un cardigan celeste. Ambos, a paso lento, dirigiéndose al parque, el más ansioso que ella.
Ahora los veo sentados en un banco, bajo un árbol, el ya no podría arrodillarse, quizás por cuestión natural, o quizás por estar aggiornado, pidió su mano frente al Paraná, y perpetuo con mano temblorosa en el tronco del árbol, en el cual se juraron amor, sus iniciales para siempre. Aunque siempre muchas veces puede que no sea mucho tiempo.
Pensándolo así, me empecé a angustiar. Siempre no es mucho tiempo. Decidí olvidar esta historia, prefería pensarlos eternamente así, sin importar el mañana, prefería perpetuarlos en el hoy, en el ahora, en este parque, en estas hojas, junto a este río. Y que mañana llegue cuando tenga que llegar, de todas maneras ellos serán quienes son hoy para siempre, al menos para mi.

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