martes, 3 de abril de 2012

Capitulo II

La calle y su smog – Gente que baila sola

Cuando salí a la calle el ambiente era denso, me dispuse a caminar hacia abajo, necesitaba ver un poco de pasto y un poco de río. Algo que siempre me encanto de esta ciudad es eso. Sus parques al borde del río. Me sentía raro, no creía que sea posible que él estuviese fragmentándose frente a la misma noticia que hacia una hora yo me había partido en múltiples pedazos. Eso es lo lindo de la vida, el sabernos iguales en distintos momentos, como un lunes puede ser viernes. Y un miércoles puede ser domingo. Deprimentes los miércoles.
Iba por calle Mitre hacia el río, mientra observaba la gente caminar. Un personaje captó mi atención. Venía ella esplendida, escondida tras una cabellera enrulada, con rulos de los pequeños. Con su walkman aferrado a su cintura, un cassette de una banda noventosa –tanto o más que ella- una pollera suelta, y una remera ligera.
Caminaba como despreocupada como si fuese que el sol, pegándole en la cara, la protegía de cualquier peligro que la ciudad misma esconde. Venía bailando, pero de una manera caminante. Despreocupada y tranquila, escondida tras sus rulos y sus gafas, pasó por al lado mío, y sonrió. Reí un rato, mientras volteé mi cabeza para seguirla en sus movimientos, hasta que el impacto con otro cuerpo me devolvió a la rutina aburrida de caminar hacia el río.
Una mujer ejecutiva, rubia y con traje de secretaria, quizás. Miró indignada, sólo atiné a reírme nuevamente mientras me disculpaba. Ella tan seria y apurada como toda mujer posmoderna que ahora tiene que salir a trabajar para mantener una familia, no tuvo la misma condescendencia para conmigo, no rió, no sonrió, ni siquiera lo intento. Sólo miro preocupada por los milisegundos que le hice perder con el impacto. Quizás cuando lea esto, se este riendo. Y recordando que sólo tenía que reír.
Seguí caminando hacia mi destino, un poco preocupado por la cara seria de esta mujer y por ser sólo un estorbo inútil, y no una anécdota chistosa. Como la de la chica con rulos que camibailaba hacía quién sabe que lugar de esta ciudad. Jugué un rato a imaginarme qué escuchaba, atine primeramente a creerla escuchando algún dueto español, de esos que en los 90 estaban muy en boga, después abandoné la idea del dueto. Me incline específicamente, por O Canto da Cidade. Se la notaba con una expresión divertida y despreocupada, veraniega, de costas y sol en la piel. De olor a bronceador y ojotas. Esa era la imagen que daba con su baile. Quizás alguna minina que se habría fugado de su país, hacia el nuestro. Quizás cansada de tanto mar y tanta playa, tanta espera, tantos sueños y rosas tiradas al mar.
Me sentí un poco triste saberla así, cansada de la espera y de las costas. Pero reí porque ahora se la veía feliz bailando en su rutina diaria en esta ciudad. Para cuando me dí cuenta el viento pegaba en mi cara, y la vista no era tan urbana. La naturaleza en bruto, y la brisa que te pega en la cara haciéndote reaccionar, el agua y su ruido. Así me encontraba ya en el Parque España. Me senté a contemplar la vista.
Podría decirse que el smog de la ciudad se había disipado, cuestión utópica porque lo seguía respirando, podía sentirlo ingresar por mis fosas nasales, e ir directo hacia mis pulmones. Decidí que antes que eso, prefería el alquitrán. Así fue como encendí un cigarrillo y me dejé llevar nuevamente por la tranquilidad que el paisaje me brindaba y los gritos que pegaba el agua del río.

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