Los rituales – La no salida
Cómo
era mi costumbre, salí esa misma siesta a caminar –en verdad- sin ningún rumbo
en particular. El salir me despeja, no en sí por lo que pueda llegar a ver,
sino más bien por toda la preparación previa a salir. Desde el almuerzo, el
vértigo que no me deja comer mucho –aunque tenga la tendencia a hacerlo-, la
mesa puesta para mi. El ceremonial de la cocina culinaria para darme el gusto,
aunque de culinario no tiene absolutamente nada, un poco de pan, un pedazo de
carne al horno, una copa de algún líquido (en el mejor de lo casos, y cuando
fui precavido, vino tinto), si recordé el día anterior pasar por alguna
verdulería, alguna verdura me acompañaría en el banquete, algo que rara vez se
sucede. La compulsión de pasado tres minutos exactos de reloj levantar la mesa,
lavar el plato, la copa, y lo que sea que haya sido utilizado para cocinar. De
ahí, trasladarme al living, tirarme en el sillón y mirar el techo mientras se
siente la digestión.
Después
de un tiempo, no muy prolongado, prender un cigarrillo, imaginar figuras en las
aristas que el humo del mismo va formando. Una ojeada rápida al reloj y darme
cuenta del paso del tiempo. De allí al baño. El sistemático ceremonial de
desvestirse frente al espejo, mirarse el lunar del pecho, como expresión
narcisista del ombligo (ambos extremadamente bellos). Abrir la ducha, y esperar, esperar el vapor.
Una vez que el espejo empieza a empañarse, es momento de ingresar.
Si
se te cae el jabón, girarlo seis veces entre las manos bajo el chorro de agua
que la ducha cede. Dos veces lavarse la cabeza con shampoo, para luego aplicar
el acondicionador. Se permiten cantos, por lo general se generan cantos.
Terminar
la higiene y esperar dos minutos detrás de la cortina de la bañera con la ducha
apagada, considero que es la mejor manera para escurrirse –por el mismo sentido
gravitacional- del excedente. Envolverse en el toallón, y con la toalla más
pequeña crear un turbante para la cabeza. Ahora sí. Estás listo para salir de
la bañera.
Pararse
frente al espejo, y frotar tres veces en forma circular para generar claridad,
aunque aún se siga viendo nuboso. Sonreír exageradamente, para mirar la
dentadura, cepillarse los dientes, pasar hilo dental, y enjuague bucal para
terminar.
Al
abrir la puerta del baño te das cuenta. El frío de afuera, que en este caso
sigue siendo un afuera de adentro. El otoño tiene eso. Reís por lo bajo, y a la
cuenta de seis salís en puntitas de pies hasta la habitación. Tendido ya en la
cama miro un rato el techo. Probablemente las ganas de salir ya se me fueron,
pero esta vez es distinto. Me decido a salir igual. Me visto, me calzo, y me
perfumo. Me quedo leyendo el cuaderno.
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